Introducción

MINISTERIO DE LIBERACIÓN Y SANIDAD INTERIOR

INTRODUCCIÓN

(Extractado del libro «La iglesia como comunidad terapéutica – Dr. Pablo Deiros – Editorial Certeza)

 

Nunca como hoy, los evangélicos hemos gozado de tan grandes oportunidades para el testimonio de nuestra fe en Cristo. Las restricciones de ayer son cosa del pasado, y un nuevo interés por las cosas trascendentes parece atraer a muchas personas a nuestras iglesias y a la Palabra de Dios. No obstante, el creciente interés por el evangelio del reino va acompañado por un incremento de seductoras imitaciones o deformaciones de su verdad y autenticidad. A los falsos maestros se agrega una nube de falsos testigos, que no escatiman promesas de salud, prosperidad y bienestar como resultado de sus maquinaciones espirituales. En verdad, el mercado religioso y espiritual es hoy un verdadero laberinto de ofertas de lo más variadas y dispares. Y entre los muchos oferentes se encuentran aquellos que sinceramente confesamos a Jesucristo como Señor y le servimos como Rey.

Nunca como hoy, también, hemos sido más conscientes de la proximidad del retorno en gloria de nuestro Señor. Sin entrar en el juego de una escatología “pop” ni el ejercicio de un adventismo entusiasta, miles de cristianos coinciden hoy en calificar los días que vivimos como “los últimos tiempos”. Un nuevo sentido de urgencia y de responsabilidad frente a los que todavía no conocen a Cristo, nos está moviendo a redoblar nuestros esfuerzos evangelizadores y misioneros, a fin de que todos tengan la oportunidad de ser salvos. Estos esfuerzos parecen estar confrontándose en estos días con una resistencia mayor y más descarada de las fuerzas de maldad, que no parecen dispuestas a perder su poder sobre la vida de millones de seres humanos.

Cuando se contempla la realidad inmediata en la que servimos, uno no puede menos que tener la impresión de que Satanás y sus demonios se han tornado más agresivos, descarados y evidentes. Esta hiperactividad satánica se da en un momento en que los cristianos parecemos estar más conscientes que nunca de la realidad y obra de nuestro enemigo. La propia comunidad de fe no es ajena a estas maquinaciones diabólicas, y en su seno todavía se puede constatar la manera en que el diablo y sus huestes hacen todo lo posible por quitar el gozo de la salvación y un sentido de deber a los hijos de Dios.

Por cierto, todo ser humano está sujeto a la labor tentadora y seductora de Satanás, sea creyente o no. No obstante, muchos creyentes, que no viven llenos del Espíritu Santo, conservan heridas, raíces de amargura, ataduras u opresiones de carácter espiritual, que ponen de manifiesto su falta de victoria en Cristo y el hecho de que el diablo continúa haciendo reclamos sobre sus vidas. En el caso de quienes no creen, llena de dolor ver seres humanos, enajenados y en vías de destrucción por la obra nefasta del demonio.

Frente a tales desafíos, la iglesia no carece de recursos espirituales poderosos. Jesús les dio a sus seguidores potestad y autoridad no sólo para proclamar el evangelio del Reino, sino también para sanar enfermos y echar fuera demonios. Hoy, más que nunca, nos damos cuenta de cuánta falta hace ejercer tal poder y autoridad en el nombre de Jesús, para introducir a las personas a la libertad de Cristo. Si vamos a ganar al mundo para el Reino de Dios en esta generación, será importante que estemos dispuestos a pelear todas las batallas que sean necesarias. Entre ellas, los cristianos deberemos involucrarnos en el frente de la guerra espiritual, el ministerio de liberación y la tarea de la sanidad interior.

En el mover del Espíritu Santo se producen las maravillas y prodigios que acompañan a la predicación del evangelio. Son las manifestaciones a las que se refirió Jesús cuando dio a sus discípulos la gran comisión (Marcos 16.15-18).

En el tema de liberación se han cometido no solo errores sino horrores por equivocación. En las campañas evangelísticas se mezclaban los gritos de los manifestados con los de los que los “liberaban”. El mayor error que al principio se cometía era el de perjudicar a las personas que eran introducidas en la carpa de liberación con muy fuertes manifestaciones demoníacas. Como ejemplo, hace más de quince años fuimos con mi señora a acompañar a un grupo de cincuenta adolescentes a un Congreso Juvenil Bautista. En las reuniones de la noche los jóvenes se manifestaban, pero no sabían qué hacer con ellos, y comenzaban a reprender los espíritus inmundos y lo único que lograban era que los muchachos y las chicas se retorcieran y golpearan en el piso.

Según nos cuenta el pastor Bottari, junto con su esposa, después de muchas oraciones, de lágrimas y de equivocaciones, el Señor les dio la posibilidad de descubrir una ordenada y eficaz forma de ministrar de acuerdo con la Palabra de Dios, dado que él es Dios de orden. En Génesis 1 nos muestra cómo fue creando cosa por cosa, y en Hechos 6.1-7 no muestra cómo ordenó a Su Iglesia.

Tenemos que tener clara la promesa del Señor de Isaías 58-8: “… e irá tu justicia delante de ti, y la gloria de Jehová será tu retaguardia”, y creer en ella. Satanás ya está vencido, lo que quedan son escaramuzas.

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